Estamos en el tramo final del tiempo de Adviento. Tiempo que se formó, cronológicamente, después de la Navidad, pero sigue su misma línea teológica, centrada en la manifestación del Señor.
Ahora bien, la manifestación del Señor tiene un doble aspecto: el primero el de la manifestación en nuestra carne al nacer; lo que llamamos su primera venida. El segundo el de la manifestación en gloria y majestad al final de los tiempos; se refiere a su segunda venida. Por tanto este tiempo de Adviento posee una doble estructura que podríamos llamar así: un adviento escatológico y un adviento natalicio. El primero va desde el primer domingo hasta el día 16 inclusive; y el segundo está formado por las ferias del 17 al 24 de diciembre, que ya son una preparación inmediata a la Navidad.
Refiriéndonos a los días del 17 al 24, última semana de adviento, nos encontramos con las «ferias privilegiadas», celebraciones que tienen preferencia sobre las memorias y disponen de misa propia para cada día. Estas ferias tienen la finalidad de prepararnos más intensa y directamente a la celebración de la Navidad. La Liturgia de estos días, en sus textos, nos va disponiendo para acoger al Hijo de Dios hecho hombre.
En la celebración de la Liturgia de las Horas, las Vísperas de dichas ferias tienen una especial importancia, ya que en ellas se encuentran las llamadas «antífonas mayores», llamadas también de la «O», ya que comienzan por dicha letra, y que cada día, junto al Magníficat, van repasando diversos aspectos del Señor, referentes a su naturaleza divina y humana o a su misión salvífica, y que terminan todas suplicándole que venga pronto a salvarnos. Dichas antífonas comienzan así: «Oh Sabiduría», «Oh Adonai», «Oh renuevo del tronco de Jesé», «Oh llave de David y cetro de la casa de Israel», «Oh Sol que naces de lo alto», «Oh Rey de las naciones y deseado de los pueblos». Y la última es la que sigue: «Oh Emmanuel, rey y legislador nuestro, esperanza de las naciones y salvador de los pueblos, ven a salvarnos, Señor Dios nuestro». Es decir, todas ellas, nos animan a que esperemos vigilantes, pero con gozo, la venida de nuestro Salvador.
Y como no podía ser de otra manera, no debemos olvidar la figura destacada y central en el Adviento: la Virgen María, Madre del Señor. Ella fue la primera que vivió este tiempo de espera y, para ello, fue preparada por Dios para esperar, para que abriera el camino a quien nos venía a salvar. Vivió su tiempo de espera en fe y entregándose totalmente al plan de Dios.
En el prefacio III de Adviento proclamamos: A Él que había sido anunciado por los profetas, la virgen Madre lo llevó en su seno con amor inefable… El mismo Señor nos concede ahora preparar con alegría el misterio de su nacimiento, para que su llegada nos encuentre perseverantes en la oración y proclamando gozosamente su alabanza.
Hagamos realidad en nosotros, que su llegada nos encuentre perseverantes en la oración y gozosamente preparados.