EL TOQUE DE LA CAMPANILLA

Artículo de Consuelo Muñoz, superiora general de las Franciscanas Misioneras, publicado en la sección de liturgia de Catalunya Cristiana (9 de octubre).

El núm. 150 de la Instrucción general del Misal romano dice: “Un poco antes de la consagración, el ministro, si se cree conveniente, advierte a los fieles con un toque de campanilla. Puede también, según las costumbres de cada lugar, tocar la campanilla en cada elevación.”

Primero quiero decir que me parece bien que se use la campanilla, si se cree oportuno, pero me voy a permitir hacer unas consideraciones acerca de ese toque de campanilla.

La Instrucción habla de “campanilla”, por tanto se está refiriendo a una campana pequeña provista de mango que se hace sonar agitándola con la mano, como la define el diccionario de la lengua. Pero en algunos lugares vemos que la utilizada, más bien tiene un tamaño que sobrepasa lo que debe ser una campanilla, con lo que el resultado de su toque acaba siendo un sonido más retumbante.

Por otro lado, depende de quien utiliza esa campana que no “campanilla”, podemos decir que, haciéndolo con toda su buena voluntad, parece que toca a arrebato y no que se refiera a un momento en el que los fieles deben poner su máxima atención en lo que se está celebrando. Y es posible que puede haber quienes se sientan molestos al oírla, más que ayudados a centrarse.

Ya sabemos que el momento culmen de la celebración de la Eucaristía es la consagración, dentro de la plegaria eucarística. La misma Instrucción señala en el núm. 79 d): “Narración de la institución y consagración: por las palabras y por las acciones de Cristo se lleva a cabo el sacrificio que el mismo Cristo instituyó en la Última Cena, cuando ofreció su Cuerpo y su Sangre bajo las especies de pan y vino, y los dio a los apóstoles para que comieran y bebieran, dejándoles el mandato de perpetuar el mismo misterio.”

San Justino, en su Primera Apología, dejó dicho: “Y este alimento se llama entre nosotros Eucaristía…Porque no tomamos estas cosas como pan común ni bebida ordinaria, sino que, a la manera que Jesucristo, nuestro Salvador, hecho carne por virtud del Verbo de Dios, tuvo carne y sangre por nuestra salvación: así se nos ha enseñado que por virtud de la oración al Verbo que de Dios procede, el alimento sobre que fue dicha la acción de gracias –alimento de que, por transformación, se nutren nuestra sangre y nuestra carne– es la carne y la sangre de Aquel mismo Jesús encarnado. Y es así que los apóstoles en los recuerdos, por ellos escritos, que se llaman Evangelios, nos transmitieron que así le fue a ellos mandado, cuando Jesús, tomando el pan y dando gracias, dijo: Haced esto en memoria mía, éste es mi cuerpo. E igualmente, tomando el cáliz y dando gracias, dijo: Ésta es mi sangre…” (66,1-3).

Todos los cristianos sabemos que nuestra atención ha de ser máxima en el momento de la consagración, y no deberíamos necesitar que nos lo anunciaran, pero si el sonido de la campanilla nos ayuda a sensibilizarnos aún más con la celebración, bienvenida sea, pero eso sí, que sea un sonido suave que nos acerque más al Señor en lo que estamos celebrando.