Un sacramento es un signo visible de una realidad invisible (el don del amor de Dios), pero a la vez es una confesión de fe (es decir, un memorial de la obra del amor de Dios en la historia) y una promesa (es decir, una prenda del Reino de Dios inaugurado y esperado). Cada sacramento, con unos ritos y unas plegarias (de una manera visible) expresa lo que creemos y anticipa lo que esperamos, de tal modo que se convierte en un icono del Reino inaugurado y esperado. El lenguaje simbólico de toda la acción sacramental lo recibimos de la Iglesia y se enmarca dentro del dinamismo del Espíritu Santo; así queda bien claro que los sacramentos no nos los hacemos ni se hacen por arte de magia.
Es un don del amor de Dios Padre a la humanidad desde la Iglesia y por medio de su Hijo Jesucristo y con la fuerza del Espíritu Santo. Un don que se visualiza con unos gestos y unas palabras, que devienen en ritos y plegarias. Los sacramentos nos relacionan con el Padre, con el Hijo y con el Espíritu Santo; también con toda la Iglesia.
Y este don de Dios deviene en regalo por su visibilidad en ritos y en plegarias, que tienen como autores invisibles las dos manos con las que actúa Dios Padre en la historia, es decir, su Hijo Jesucristo y el Espíritu Santo. El autor visible es la Iglesia, una visibilidad manifestada en los que han recibido el sacramento del Orden y en los que han recibido los sacramentos de la iniciación cristiana. Y la fe de los que reciben los sacramentos acoge y confiesa este regalo del amor de Dios a la humanidad, que hace por medio de la Iglesia, el pueblo que el Padre se ha escogido para que sea el signo e instrumento de la unidad de toda la humanidad con la Santísima Trinidad.
Los sacramentos de la Iglesia nos conceden anticipadamente lo que esperamos desde la fe, dado que la fe nos hace “conocer realidades que no vemos” (He 11,1). No se trata de magia, por eso los sacramentos son recibidos de la Iglesia y en su seno. Por eso los sacramentos se enmarcan dentro del tejido de la fe que vincula acontecimiento y promesa. La fe, no obstante, no hace el sacramento, pero reconoce la realidad nueva que gustamos.
A la vez, los sacramentos nos sitúan en el acontecimiento pascual de Cristo y nos hacen pregustar las promesas que Dios Padre nos ha regalado en la muerte y resurrección de su Hijo con el don del Espíritu Santo.
Finalmente, los sacramentos de la Iglesia aparecen como narraciones de la obra del amor de Dios manifestado, una vez para siempre, en la muerte y resurrección y ascensión al cielo de Jesucristo y en el don del Espíritu Santo. Pero también como anticipación del mismo acontecimiento narrado y hecho presente; en efecto, saboreamos el mismo don del amor de Dios y anticipamos el Reino regalado en Jesús y en el Espíritu.