RECORDAR NUESTRO BAUTISMO

Acabamos de celebrar la fiesta del Bautismo de Jesús, finalizando así el tiempo litúrgico de las fiestas de Navidad. En mi parroquia, en esta fiesta, al finalizar la celebración eucarística, me gusta invitar a los feligreses a que vayan a venerar el baptisterio, recordando el día de su bautismo, la mayoría de ellos bautizados en ese mismo baptisterio; que tomen un poco de agua bendita con la mano y que realicen la señal de la cruz pensando que fueron bautizados en el nombre trinitario del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.

En general, a todos nos gusta recordar y celebrar el día de nuestro nacimiento, día en que cumplimos años, pero no nos acordamos mucho del día de nuestro bautismo, día en que nacimos de nuevo por el agua y el Espíritu Santo a la vida divina de ser hijos de Dios. Seguramente, muchos cristianos no saben siquiera el día en el que fueron bautizados, día que deberíamos conocer todos para recordarlo y celebrarlo también todos los años con agradecimiento, como buenos hijos del Padre Dios que nos concedió el don de una vida nueva.

El bautismo de Jesús en el río Jordán manifiesta el misterio del nuevo bautismo, del que nosotros hemos participado, tal y como nos dice el prefacio de la misa. Ya no es un bautismo de conversión con la señal del agua purificadora, sino que es un bautismo nuevo, un bautismo cristiano que conserva la simbología del agua purificadora, y convierte en agua vivificadora que da la vida nueva de la gracia santificante. Somos hechos hijos adoptivos de Dios renacidos del agua y el Espíritu Santo. San Bernardo, en el sermón de la Epifanía dice que «Juan, bautizando al Cordero de Dios, purificó las aguas. Somos nosotros, y no él, los que hemos sido lavados porque entonces las aguas quedaron limpias para nuestra propia limpieza». Jesús comparte con nosotros su filiación divina. Esto conlleva las exigencias propias de la vida cristiana para irnos transformando en aquel que se hizo semejante a nosotros. Debemos dar testimonio de Cristo como Hijo unigénito de Dios. Así es como redescubriremos la importancia del bautismo, de ser bautizados y formar parte de la gran familia de los hijos de Dios y de su Iglesia santa.

La fiesta del Bautismo de Jesús nos invita, pues, a renovar la gracia de nuestro propio bautizo, recordando los dones que este sacramento nos ha concedido y otorgado: nos ha hecho hijos de Dios, discípulos de Jesús y participantes del misterio de su muerte y resurrección, ya que el bautismo de Jesús, y también el nuestro, es el inicio del misterio pascual. Hemos recibido el don del Espíritu Santo, y hemos entrado a formar parte de la familia de la Iglesia, sacramento de salvación. El bautismo no debe ser una cosa de niños, es una realidad que nos acompaña siempre a lo largo de nuestra vida. Hay que asumir la realidad de cristianos adultos con un crecimiento progresivo que hace madurar la semilla de la fe bautismal hasta dar frutos de buenas obras. Es por eso que la Iglesia nos invita a renovar las promesas bautismales todos los años en la noche de Pascua, y cada domingo, especialmente durante el tiempo pascual, así como también en otras ocasiones, sobre todo, en la recepción de los sacramentos de la iniciación cristiana (Confirmación y Primera Comunión).

Al finalizar el tiempo navideño, renovamos una vez más nuestra fe bautismal en este Jesús que ha nacido en la cueva de nuestro corazón desde el mismo día que nos bautizaron. Que Él nos siga acompañando en el camino de nuestra vida cristiana, para que podamos vivir como hijos de Dios, y que un día lo podemos ver y adorar eternamente en su gloria que también será la nuestra.