OH PASCUA NUESTRA

Artículo de Rafael Sierra publicado en la sección de liturgia de Cataluña Cristiana (28 de mayo).

Todas las santas Iglesias celebran en todo el mundo la cincuentena de la Pascua, es una praxis ecuménica y universal y patrimonio de la Iglesia aún indivisa. Celebramos el «gran día» de cincuenta días, las siete semanas y el múltiplo de cinco que indica plenitud. Por todas partes resuena el triple aleluya. El primero porque alabamos al Señor, el segundo porque, si lo alabamos poco, lo alabemos aún más y el tercero para que lo alabemos con un entusiasmo mayor. Hasta el infinito. Todos participan de la alegría universal: «Por eso lleno de la gran alegría de la Pascua todo el mundo exulta», que canta el prefacio. Es una alegría que el Señor nos ha dado que viene de saber que el Señor nos ama, con el amor que el Padre le tiene: «Como el Padre me amó, yo os amo a vosotros. Permaneced en mi amor» (Jn 15,9). Tener noticia de que el Señor nos ama con el mismo amor que el Padre le tiene es algo abismal.

En estos cincuenta días, tanto los neófitos como los fieles, tienen derecho a participar de la santa mistagogia. Esta palabra que es inusual en nuestras comunidades, debería ser común y familiar, como lo es la palabra catequesis y otros. La mistagogia es ir por el camino que lleva hacia dentro del Misterio de Cristo. La catequesis mistagógica no es para aprender nada, sino para saborear mucho. Por la predicación, la oración y la lectio divina es penetrar (más y más) en lo que somos como creyentes. Desde el principio de que Cristo es lo que me ha pasado a mí, lo que acontece en mí, el Quién he conocido, el Quién amo, porque Él es también el Quien me conoce y el que me ama. Cuando conocer a Cristo es «lo que me ha pasado» la oración brota sola, también el deseo de amar, de ponerme en el lugar de los que sufren y de unirme a la comunidad Iglesia. Y estar contento de que sea así y dar con sencillez gracias a Dios. Es pensar simplemente: mi vida sería diferente si no hubiera conocido a Cristo.

La mistagogia se desarrolla desde la experiencia y vivencia de cada creyente y de cada Iglesia. El Espíritu Santo es el gran mistagogo divino, el que nos hace entrar en el mundo de Dios. Es descubrir la maravilla de que hemos sido bautizados en la muerte y en la resurrección de Cristo y que vivimos, en la temporalidad de la vida presente, la Vida de Dios. Es descubrir con admiración de que hemos sido ungidos por el Espíritu Santo, que nos da el conocimiento de las cosas de Dios, nos hace apóstoles y nos da una mirada de ternura hacia la humanidad y una pasión por los que sufren. Es descubrir (además) qué significa participar del banquete eucarístico, ya que quien se une al Señor se convierte en un solo espíritu en Él (1Co 6,17). La mistagogia viene de la predicación al ritmo de las lecturas de los domingos de Pascua, que nos sitúan no al umbral del Misterio de Cristo, sino en el corazón. Las lecturas de los domingos de Pascua son panales de miel.

Si los cristianos queremos crecer en número debemos crecer en calidad. Es una ley muy cristiana. Si no hay calidad de vida cristiana, la Iglesia no puede evangelizar nada. ¿Qué amor de Cristo tenemos que anunciar si nosotros no nos hemos hecho carne de nuestra carne y vida de nuestra vida? ¿Cómo se hace esto? Pues, sencillo, viviéndolo. Nadie aprende a nadar en teoría, no aprendemos hasta que no nos tiramos al agua. Entrar por los caminos de la oración y de la Eucaristía es lo que transforma.

La calidad de la vida cristiana viene de la vida de la gracia, sólo de la gracia, del Fuego inconsumible que nos es dado en Pentecostés.