El Instituto Patrístico Augustinianum está situado justamente al lado de la columnata de la plaza de San Pedro del Vaticano, por el lado donde está lo que hasta ahora se llamaba la Congregación para la Doctrina de la Fe.
Un día, en tiempo de mis estudios, yendo hacia la biblioteca, me encontré de frente con el que entonces era el cardenal prefecto de la Congregación. Llevaba una cartera sencilla y llena. Le saludé educadamente y él me respondió amablemente. No me conocía de nada, ¡claro está! Me imagino que esto debía de sucederle más veces. A mí me gustó encontrarme «ese trabajador humilde» (él mismo se definía así); era encontrarme con alguien que con su sabiduría había conformado gran parte de mi formación teológica. ¡Era así! Por indicación del padre Josep M. Rovira Belloso, cursando el Tratado de Dios, había leído un libro maravilloso: la Introducción al cristianismo del entonces teólogo Joseph Ratzinger. Después insistió en ello el P. Evangelista Vilanova. A su lado, por obra del que sería el obispo Pere Tena –entonces decano-presidente de la Facultad de Teología de Cataluña– devoré dos libros más, uno sobre El espíritu de la liturgia y otro que me configuró en mi predicación posterior, Palabra en la Iglesia: ¡una delicia! Lo he usado de libro de oración y lo he ofrecido como meditación al lado del que lleva como título El Dios de Jesucristo. Meditaciones sobre Dios uno y trino. Una vez en la biblioteca descubría la tesis doctoral –una de las suyas– del cardenal que había saludado. Era sobre san Agustín: Popolo e casa di Dio in Sant’Agostino. Y esta obra me ha acompañado en la concepción imprescindiblemente eclesiológica del obispo de Hipona.
Desconocía que su formación era básicamente patrística. Me causó admiración. La raíz de los Padres le daba solidez en el levantamiento compacto del edificio de su lógica teológica hasta el cielo. Ya con el nombre de Benedicto XVI, además de su obra pastoral sobre Jesús de Nazaret, tres cartas encíclicas han ofrecido su pensamiento: Deus Caritas est; Spe salvi y Caritas in veritate. Me quedo con un fragmento de la segunda (10.11) que habla de la muerte a partir de Ambrosio de Milán. Dice: «Dios no instituyó la muerte desde el principio, […] la vida del hombre, condenada por culpa del pecado a un duro trabajo y a un sufrimiento intolerable, comenzó a ser digna de lástima. […] Esta paradoja de nuestra propia actitud suscita una pregunta más profunda: ¿qué es realmente la “vida”? Y ¿qué significa verdaderamente “eternidad”? Hay momentos en que de repente percibimos […] que lo que cotidianamente llamamos “vida”, en verdad no lo es». Que descanse en paz ahora con la Vida plena de la Caridad en la Eternidad de Dios.
Foto: Agustí Codinach