En la obra lucana, la Eucaristía se identifica con la fracción del pan, un gesto que hizo Jesús en su Última Cena. Pero cuando se quiere explicar su significado sacrificial, o sea, la entrega por amor hasta el extremo de Jesús (Jn 13,1), se usa el símbolo del cáliz. El que se pierda –por razones prácticas– la comunión con el cáliz, supone la pérdida del sentido convivial o de banquete de la Eucaristía (una clara alusión al banquete del Reino: Mc 14,25), y el sentido sacrificial del cáliz pasa a la hostia consagrada. Lo que marcará la devoción medieval: cuando los fieles empiezan a venerar el cuerpo de Jesús sepultado en el sagrario, donde se cree que estuvo en él 40 horas. En consecuencia, el sagrario se ornamenta como un sepulcro. Y a causa de este malentendido, se potencia la visita a los monumentos.
Por eso, la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, desde el 1988, recuerda que: «El tabernáculo o la custodia no debe tener la forma de sepulcro. Debe evitarse el mismo término de sepulcro; en efecto, la capilla de la reposición se habilitará no para representar la sepultura del Señor, sino para guardar el pan eucarístico para la comunión que se distribuirá el viernes en la Pasión del Señor».
En el sagrario y no en el monumento sepulcral, se reserva el Cuerpo del Señor resucitado para la comunión de los fieles en la celebración de la Pasión del Viernes Santo y para el Viático de los enfermos. Y en la plegaria de la noche del Jueves Santo se recuerda la institución de la Eucaristía y no la sepultura de Nuestro Señor.
Jaume Fontbona