Artículo de Mercè Solé publicado en la sección de liturgia de Cataluña Cristiana (16 de abril).
La primera vez que participé en la celebración de la Vigilia Pascual me parece que entendí muy poca cosa de la liturgia. Lo más fundamental, no obstante, me quedó claro: la alegría del Cristo Resucitado. Seguramente no fue a través de las lecturas o de los aspectos litúrgicos fundamentales que lo percibí: el descubrimiento de la fe junto con la alegría pegadiza de los jóvenes hicieron su trabajo. Fue una celebración un poco alocada que no sé si habría pasado la prueba del algodón de la ortodoxia litúrgica. Pero cumplió, con creces, su función de aproximación al Misterio Pascual.
Hoy, en cambio, puedo saborear mucho mejor la liturgia de la Vigilia. Iniciada en la oscuridad, sin prisas, la noche nos hace vivir el ansia de luz. Un fuego si es posible muy grande, una procesión lenta solo con las candelas encabezada por el cirio pascual. Dentro todavía de este lucernario, ya con todas las luces encendidas, escuchamos el pregón pascual, un texto con fuerza poética, que nos desvela nuestros sentidos con sus imágenes que remiten a la natura transformada por la resurrección.
Nos sumergimos después en la liturgia de la Palabra: un repaso a la historia de la salvación con los textos más significativos. Hasta siete lecturas del Antiguo Testamento (no se suelen hacer todas: sólo la del Éxodo es preceptiva, pero bien proclamadas y bien escuchadas son un gozo), alternadas con salmos, y dos lecturas del Nuevo Testamento, ya anunciando la resurrección de Jesús.
La tercera parte de la celebración, la liturgia del Bautismo, nos remite a nuestra incorporación personal y comunitaria a Jesucristo. Es el momento de renovar los compromisos bautismales y es la ocasión más adecuada del año para celebrar el bautizo de los nueve cristianos. Se inicia con una invocación a los hombres y mujeres que nos han precedido ejemplarmente en esta larga cadena de transmisión de la fe: la letanía de los santos. Un recordatorio agradecido que sin relaciones humanas no hay fe, y que se puede hacer extensivo también a todas las personas más cercanas que nos han ayudado a encontrarnos con el Cristo. Atención a la bendición del agua, con un texto evocador de los significado del agua desde la Creación y con un gesto que sugiere fecundidad con la inmersión del cirio pascual en el agua!
La Vigilia finaliza con la liturgia eucarística, como culminación de esta larga celebración, donde celebramos el Dios-con-nosotros que ahora y aquí sigue alimentándonos con su cuerpo y su sangre. Conviene hacer el esfuerzo de situarse en este momento. Nos coge quizás un poco cansados ??por una celebración larga y de noche. Y corremos el riesgo de vivirla como una rutina, ya que fuera de su sentido singular en la Pascua, responde más que el resto de la Vigilia a lo que estamos acostumbrados a hacer todo el año.
Sin alegría, sin embargo, no hay Vigilia. Hace unos años participé de una solemnísima Vigilia en una catedral con una liturgia impecable. Aquel año nuestra Pascua coincidió con la ortodoxa, y en una iglesia cercana los ortodoxos –mayoritariamente inmigrantes– celebraban también su Vigilia. A la salida coincidimos. Ellos iban por la calle con su cirio (no una candela, ¡un cirio bien grande!). Todavía encendido y con la alegría mostrada en la cara. Los que veníamos de la catedral éramos poquitos y mucho más circunspectos. Diría que si hubiera sido una competición, nos habrían ganado por goleada. Reconozco que me quedé con las ganas de haber hecho una celebración conjunta y unitaria. Aparte de otras consideraciones, vivimos la gran contradicción de haber convertido la Pascua en unas vacaciones y la celebración más importante de nuestra fe en una diáspora que no solemos vivir en comunidad, por lo menos en la nuestra.