Durante los cuarenta días posteriores a la muerte del Señor en la cruz, Jesús se apareció a sus discípulos para dar testimonio de que Él verdaderamente había resucitado ante quienes le conocieron en vida. Y eso mismo sigue haciendo cada año durante los primeros domingos de Pascua, pues es Jesús quien nos recuerda estos mismos hechos en la Eucaristía, en la proclamación del Evangelio.
Estos cuarenta días terminan exactamente el jueves VI de Pascua, en el que, tradicionalmente, se celebra la Ascensión. Sin embargo, en muchos lugares, esta celebración se ha trasladado al domingo posterior por motivos pastorales. A pesar de ello, lo importante no es tanto el día concreto, sino el acontecimiento en sí. Ese día celebramos que se ha completado el triunfo definitivo de Jesús; ya que, tras la resurrección, «fue llevado hacia el cielo» (Lc 24,51). Es decir, tras encarnarse en un pesebre, tras entregar su vida por amor a nosotros en la cruz, tras vencer a la muerte con su resurrección, el Hijo de Dios vuelve a la casa del Padre.
Ahora bien, la Ascensión no implica que Dios se haya alejado de nosotros… Gracias a este camino hecho por nuestro Salvador, vuelve a haber un puente entre el cielo y la tierra. El puente destruido por el pecado de Adán y Eva vuelve a estar abierto para todos los que quieran transitarlo, gracias al amor de Dios.
Vivamos unidos al Resucitado, para que podamos llegar también nosotros a la casa del Padre.
Alberto Para