Finalizado el Año Jubilar de la Misericordia, con la solemnidad de Cristo Rey, hemos iniciado un nuevo año litúrgico en el que de forma nueva y renovada el Señor Jesús se hará presente entre nosotros a través de la celebración de los misterios de la historia de la salvación. Este año hemos empezado el Adviento con el Domingo de la Palabra. Así nos lo han propuesto los obispos de Cataluña, con la finalidad de promover el conocimiento bíblico y la celebración de la Palabra en nuestras comunidades. El papa Francisco nos ha dicho que «la Palabra de Dios es central en la vida de la Iglesia». Es por eso que iniciamos el nuevo año litúrgico con una semana bíblica, y a lo largo de todo el año las parroquias y comunidades cristianas tendrán que promover pastoralmente el estudio bíblico, y la mejora de nuestras celebraciones de la Palabra.
Los cristianos católicos, por circunstancias históricas, sufrimos de un cierto desconocimiento bíblico, mientras que otras Iglesias cristianas han cuidado mejor el conocimiento de las Sagradas Escrituras. Fue el Concilio Vaticano II que con la constitución Dei Verbum, sobre la divina revelación y la Palabra de Dios, abrió los tesoros de la Escritura a todo el Pueblo de Dios, con una nueva perspectiva en los estudios bíblicos (cf. n. 25-26). También la constitución Sacrosanctum concilium, sobre la sagrada liturgia, insistió tanto en la lectura como en la celebración de la Palabra de Dios (cf. n. 51). Posteriormente, la liturgia de la Iglesia nos ha organizado unos maravillosos leccionarios, tanto dominicales como feriales, así como también sacramentales y del Oficio Divino, con tal abundancia de lecturas bíblicas que prácticamente en nuestras celebraciones litúrgicas, a lo largo de tres años, leemos o escuchamos casi la Biblia entera o por lo menos su contenido más importante. Últimamente, un sínodo sobre la Palabra de Dios y la posterior constitución Verbum Domini de Benedicto XVI (2010) nos ha recordado y actualizado aquella doctrina conciliar.
En este Adviento se nos vuelve a recordar cómo debemos valorar, vivir y practicar la Palabra de Dios. El Domingo de la Palabra, que celebramos el primer domingo, queda potenciado y reafirmado con la reciente carta apostólica Misericordia et misera, del papa Francisco cuando dice que «la Biblia es la gran historia que narra las maravillas de la misericordia de Dios. Cada una de sus páginas está impregnada del amor del Padre que desde la creación ha querido imprimir en el universo los signos de su amor. El Espíritu Santo, a través de las palabras de los profetas y de los escritos sapienciales, ha modelado la historia de Israel con el reconocimiento de la ternura y de la cercanía de Dios, a pesar de la infidelidad del pueblo. La vida de Jesús y su predicación marcan de manera decisiva la historia de la comunidad cristiana, que entiende la propia misión como respuesta al mandato de Cristo de ser instrumento permanente de su misericordia y de su perdón (cf. Jn 20,23). Por medio de la Sagrada Escritura, que se mantiene viva gracias a la fe de la Iglesia, el Señor continúa hablando a su Esposa y le indica los caminos a seguir, para que el Evangelio de la salvación llegue a todos. Deseo vivamente que la Palabra de Dios se celebre, se conozca y se difunda cada vez más, para que nos ayude a comprender mejor el misterio del amor que brota de esta fuente de misericordia. Lo recuerda claramente el Apóstol: “Toda Escritura es inspirada por Dios y además útil para enseñar, para argüir, para corregir, para educar en la justicia” (2 Tm 3,16). Sería oportuno que cada comunidad, en un domingo del Año litúrgico, renovase su compromiso en favor de la difusión, el conocimiento y la profundización de la Sagrada Escritura: un domingo dedicado enteramente a la Palabra de Dios para comprender la inagotable riqueza que proviene de ese diálogo constante de Dios con su pueblo. Habría que enriquecer ese momento con iniciativas creativas, que animen a los creyentes a ser instrumentos vivos de la transmisión de la Palabra».
Estas recientes palabras del Papa explican muy bien lo que nuestros obispos nos han propuesto realizar en el inicio de este Adviento, y que habrá que continuar a lo largo de todo el año litúrgico que acabamos de comenzar: estudiar, vivir, amar y celebrar la Palabra de Dios.